LA RADIO
Cuando era muy pequeñita, el universo me regaló una radio. La solía mirar con cierto desagrado, me atrevería a decir que incluso con un toque de temor.
La verdad es que muy bonita no era. Era un trasto destartalado pero con un aspecto, contradictoriamente, demasiado nuevo.
La radio vive conmigo desde ese momento. Me acompaña a todas partes. De compras, de fiesta y también cuando estoy sola. La muy condenada no se separa de mí.
A veces, como buena fanática de la psicología y de la neurociencia que soy, la psicoanalizo un poco y llego a la conclusión de que tiene un apego tremendamente ansioso hacia mí.
Hace relativamente poco, me di cuenta de que mi radio estaba envejeciendo y tornándose de un color amarillento (va a hacer veintidós años la pobrecita) . Así que decidí limpiarla y tunearla, ya que aunque no me guste demasiado, nunca me deja sola. Ahora es de estilo "vintage", del que está muy de moda ahora.
Mi radio no necesita pilas para "vivir", de hecho, está encendida todo el rato. Hubo un tiempo en que intenté con todas mis fuerzas quitarle las pilas, pero no encontré ningún departamento donde se introdujeran, así que acabé asumiendo que tenía vida propia.
Hay días en los que soy perfectamente capaz de soportar su volumen, sus ruidos, sus noticias e incluso sus interferencias. Hay días que la oigo pero no la escucho, tengo la capacidad de no darle importancia a lo que me está contando.
En otras ocasiones, sin embargo, el volumen es muy alto. Es tan alto que me produce jaquecas y tengo que acostarme en la cama para intentar paliarlas.
El problema viene cuando el volumen ensordecedor se mezcla con el bullicio de mi entorno. Mis oídos empiezan a pitar tanto que me comienza a pesar la cabeza como si me hubiesen colocado un edificio entero encima. Es entonces cuando me siento desbordada e intento apagarla con ímpetu, pero es tan antigua que los botones se bloquean y me es imposible.
Esto afecta a las personas con las que convivo o paso tiempo. En numerosas ocasiones no entienden el porqué de mis acciones o comportamientos, debido a que ellos no pueden oírla. Desde aquí me gustaría transmitir que sí, efectivamente es MI radio pero ella solo me acompaña, no me define.
Desde que decidí enfocarme en este mundillo de la mente humana, he comprendido que TODOS, absolutamente TODOS tenemos nuestra propia radio que únicamente nosotros podemos oír y escuchar. Tiene una capa de invisibilidad, por eso no podemos verla, pero está constantemente presente.
Algunas personas tienen una radio más pequeña, con un volumen más bajo, bajo o casi imperceptible al oído humano, pero sigue existiendo. Otras personas, en cambio, tienen una radio enorme, con un volumen que supera a la mía. Al igual que hay diversidad de personas, hay diversidad de radios.
Un factor a tener en cuenta, es que el universo nos ha dotado de una radio para activar el sistema de alerta, y sí, nos ha dotado de ella, porque es aquel estímulo que en multitud de ocasiones nos aleja del prematuro cementerio (muy tétricamente dicho). Es aquel que se dispara cuando vamos caminando solos por un callejón oscuro a media noche o aquel que se pone en marcha cuando apartamos el dedo del fuego porque nos estamos quemando.
La radio es buena, siempre y cuando no sobrepase el límite. Nos alerta del peligro, activa la adrenalina y nos hace tomar decisiones prudentes.
Las personas que tienen una radio igual de pesada que la mía o tal vez más, han de comprender que no podemos apagarla, pero sí bajar el volumen buscando focos de bienestar, los cuales son diferentes para cada radio y para cada persona. Son esos focos que te hacen segregar serotonina, endorfinas y dopamina entre otras tantas sustancias (ojo con la dopamina, es un arma de doble filo. Es otro post lo explicaré).
No debemos frustrarnos si estamos haciendo todo lo posible para bajar su volumen y no es capaz de bajar, va a ir bajando progresivamente, solo hay que tener paciencia. (Esto es algo que me costó bastante aprender ).
Un momento que me frustra bastante, es aquel en el que quiero cambiar de emisora porque los mensajes son tan absolutistas que me hacen entrar en pánico.
Desafortunadamente, cuando nos enfocamos en lo que está diciendo sin ningún tipo de control sobre nosotros mismos, llegamos a automatizar sus dichosos mensajes por mucho que se alejen totalmente de la realidad.
Queridos lectores, aprendamos a convivir con nuestras radios y no a rechazarlas, luchar contra ellas no nos hace más fuertes, sino todo lo contrario. El truco es dejar que pase. "No hay mal que dure cien años"
Para finalizar, quiero recalcar que nuestra radio de compañía es algo externo a nosotros, no es una definición de nuestra persona, y que cuanto más la comprendamos más aliviados nos sentiremos porque, "comprender es aliviar".
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